Por Fabián Piñeyro –
Los sentidos de la libertad
Hay palabras con ruido, términos cargados de resonancia, expresiones que remiten a ideas o conceptos capaces de generar una multiplicidad de sensaciones y de emociones.
Esas palabras resuenan de distintas formas en cada uno de nosotros, pero la naturaleza de las emociones que suscitan, en muchos casos, es la misma. Ello ocurre con la palabra, con el término, y hasta con la idea misma de libertad que está recargado de resonancias positivas.
La libertad es el concepto central y la noción vertebradora de la modernidad capitalista. Toda la compleja trama de dispositivos simbólicos que organiza, produce y estructura a los sujetos se sustenta en una idea en torno a la libertad, que tiene por sustancia a la razón y por persona al individuo, y esto no es precisamente una redundancia.
La noción, el sentido de la libertad que vertebra la modernidad capitalista es, en buena medida, producto de una manera particular de organizar el estar en el mundo. El sujeto moderno no está con los otros, está frente a los otros. Es concebido, y se concibe a sí mismo, en oposición con el mundo y con los otros. En oposición radical y existencial, esa oposición convirtió a los hombres en individuos.
Esa oposición es la que determina al sujeto a dominar el mundo, es esa oposición la que lleva al sujeto a sujetar y subjetivizar el mundo, y la que hace que no procure desarrollarse en armonía con el mundo.
Esa oposición, esa tensión atraviesa al propio sujeto. La cosmogonía y la antropología sobre la que se edificó la modernidad capitalista es radicalmente dualista. El sujeto occidental es un ser en permanente tensión, en perpetuo combate consigo mismo. Una lucha mediante la que ese sujeto busca dominarse a sí mismo, domeñar sus pasiones, someter al cuerpo al poder de los conceptos, al gobierno del alma y de la razón.
El hombre occidental es un ser de dos sustancias, juntas pero separadas, unidas pero no confundidas; el hombre occidental no es un cuerpo que piensa sino pensamiento dueño de un cuerpo.
Esa ruptura radical entre pensamiento y existencia, entre materia y razón, define el marco de sentido en el que está inscripta la noción misma de libertad.
La libertad es la libertad del pensamiento, es el logos actuante dándole forma e imprimiendo su sello al mundo, definiendo el sentido del movimiento y de la acción.
La libertad pasa a ser entonces decisión y acción racional que, al ser un fenómeno propio de la sustancia divina, está a salvo de todo influjo corpóreo.
La libertad, así concebida, se convierte en un rasgo inherente de lo humano, como inherente al hombre es el pensamiento.
El hombre deviene así en libre por naturaleza, son los otros, es el mundo el que puede coartar esa libertad. Esos otros con los que está en perpetua tensión, en constante combate.
Al independizar el pensamiento de la materia se desvincula a éste de las necesidades y, con ello, se libera simbólicamente al sujeto de las ataduras que ellas imponen. Emerge así una subjetividad y una libertad abstracta, desanclada de la materialidad de la que emerge y en la que está inscripta.
Una noción de la libertad que niega la realidad del condicionamiento, una noción de la libertad que no admite que esos condicionamientos constituyan una negación real y efectiva de la libertad. Ello se expresa en la reiteración machacona de que el hombre siempre puede elegir, aunque sea elegir morirse de hambre.
Esa libertad es un rasgo del ser, una calidad y cualidad de un ser en tensión con los otros y con el mundo, un ser en competencia, un sujeto esencialmente agonal.
Una competencia, una lucha contra la materia y contra las otras subjetividades, una lucha por ampliar el campo en el que el sujeto ha de imprimir su sello, disputa que se concretiza en conseguir el dominio de la mayor cantidad de cosas y de personas mediante la acumulación de capital.
A esa libertad le es ajena el deseo y, en muchos sentidos, es contraria al eros, porque los objetos y los sujetos no le valen en tanto tales sino como materia a ser moldeada por el logos individual.
Esta noción de la libertad tiene una relación en extremo paradojal con la legalidad y hasta con la propia moralidad.
La legalidad, especialmente la jurídica, que impone -respaldada por la coacción– límites al sujeto, aparece como enemiga de la libertad y en tensión con ésta. Pero la libertad como decisión, como dominio de la razón, es producto de un estricto canon, no es una simple casualidad que el más acético de los puritanismos y el liberalismo sean producto de un mismo movimiento de la historia.
Esa relación paradojal define la naturaleza y los alcances mismos de la libertad de los liberales.
Que es libertad para competir y, en última instancia, para someter a los otros y al mundo. Una lógica del sometimiento que es inherente a ese cuadro dual, a esa escisión, a esa separación entre materia e idea, entre cuerpo y alma.
Una libertad para la que el querer, el puro querer, la pura pulsión tienen un carácter y una naturaleza esencialmente amenazante, porque es lo que puede llevar al sujeto a tomar “malas decisiones”.
Esa libertad es la libertad de la competencia, que hace devenir al otro en perpetuo adversario.
Ese es el sentido de la libertad ínsito al programa liberal, una idea de la libertad que en el plano concreto habilita el absoluto dominio del propietario. Una noción de libertad que habilita el más feroz de los despojos y las más opresivas formas de la dominación.
Pero obviamente ese no es el único sentido posible de la libertad, por ello cuando los promotores de ese orden, de esa idea de la libertad, salen a ensalzar la libertad y a convocar a los otros a movilizarse en pos de esa libertad, en cada uno de los receptores de esa proclama puede resonar algo distinto.
Pero eso que resuena es siempre, en algún sentido, positivo, porque la invocación es también abstracta y genérica, una abstracción que enmascara el hecho de que esa movilización solo va a conducir a ampliar el umbral de libertad de los propietarios y reforzar las cadenas que sujetan a los oprimidos.
Evidenciar que ese programa solo va a reforzar el poder de los propietarios es un componente central de la disputa de sentido, de la lucha contra la dominancia cultural que ejercen las elites opresoras.
Pero esa disputa no puede entablarse si antes no se le da forma a un sentido de la libertad definido en función de otra manera de organizar el estar en el mundo.
Una noción de libertad que tenga por sustancia al cuerpo y no a la razón, una idea de libertad definida en función de que estamos con otros en el mundo
Una noción de la libertad referida a las necesidades y un programa orientado a organizar la manera que todos juntos hemos de liberar al cuerpo de las más atenazadoras de las necesidades.
FABIÁN PIÑEYRO es Dr. en Derecho y Ciencias Sociales por la UdelaR, experto en Derecho y Políticas de Infancia.
Publicado inicialmente no site Mate Amargo / Enviado por Geraldo Sardinha – Salvador (BA).
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